Vivencias de María

Los rosales

María se despertó de golpe sin saber donde estaba. Aun somnolienta abrió los ojos recordando que la tarde anterior había subido a la finca.

Afuera cantaba algún pajarillo y cerró los ojos de nuevo para dejarse arrullar por los trinos mañaneros. El sol pegaba fuerte y penetraba en la habitación acariciando sus pies descalzos. El aire movía las cortinas de encaje de la ventana azul.

Dedujo que debía ser bastante tarde pero ella no tenía prisa. Todas las prisas del mundo se detenían cuando estaba allí.

Por la cercana tarjea corría el agua y ese sonido susurrante  le recordó que sus dos horas mensuales de agua le tocarían hoy al mediodía. Intentaría no despistarse como le pasó a su hermano el pasado mes o ya se quedarían sin agua en el tanque para poder regar.

Se arrebujó de nuevo bajo las sábanas y dejó su mente vagar libre.

Las tripas le protestaron pero eso no le importó. "Aunque un cafecito sí que me tomaría", pensó.

Por enésima vez se felicitó por la inversión que había hecho al restaurar la cueva y el patio de sus abuelos; hacer aquel pequeño cuarto, en el que poder dormir también, había sido todo un acierto ya que poder amanecer allí era todo un lujo que ella intentaba disfrutar siempre que podía. 

Cerró los ojos de nuevo y pudo verse correteando por las huertas hacía decenas de años. Los tres que había vivido en la finca cuando era pequeña permanecían en su memoria como los más felices de su vida.

El fuerte sonido del carrillón del jardín le indicó que el día iba a ser ventoso. Pensó en sus pobres rosales azotados sin piedad, aunque ahora, en otoño, las flores brillasen por su ausencia. "Es lo que tienen las casas de medianías, el tiempo es imprevisible".

Las tripas le volvieron a sonar y esta vez apartó las sábanas decidida a levantarse para desayunar y aprovechar la mañana que pintaba ser prometedora.

Afuera la esperaban los gatos que corrieron a acariciar sus piernas reclamando también su comida. Les puso los friskies para que la dejaran desayunar tranquila y entró en la cueva para poner al fuego la cafetera cerrando todos los botones de la rebeca que se había puesto sobre el pijama al salir del cuarto.

-Definitivamente llegó el otoño. Ya iba siendo hora hora".