Observé como retorcías las páginas del libro que estaba entre tus manos mientras te calabas las gafas dispuesto a ofrecernos algo de su contenido.
Por un momento me sentí libro, y me dolió que la portada y la contraportada se tocaran en una postura incómoda, dolorosa, enroscada. Mi alma se unió a la suya y enlacé ese momento a sus pensamientos.
«Las líneas impresas en mí, las que quedan en esas páginas dobladas hacia atrás, ignoradas, despreciadas, las que no vas a leer, las que quedan ahora a mi espalda, parecen querer arrojar fuera cada una de sus letras. Tú buscas una forma cómoda de leer, yo me siento estrujado.
Has comenzado a desgranar cada una de las palabras de los versos que habías elegido para este mágico momento. Tus gafas de montura al aire y cristales cortos, resbalan por tu nariz debido al sudor producido por el calor y los nervios, tus manos, también sudorosas, siguen inmovilizando mis hojas retorcidas, en tu avidez por la palabra ni te has dado cuenta que una gota de sudor ha emborronado esa página, y que mientras tú lees embelesado, y la gente disfruta con tus palabras, yo me siento ahogado entre tus manos, prisionero, arqueado, es… como si no me valorases, como si despreciaras mi apostura, mi elegancia. No dejas volar libres mis hojas abiertas, no me tratas con mimo, me duele, y aunque todos estén disfrutando con lo que lees en las palabras impresas en mí, yo no recordaré este momento con dulzura.
Por favor, la próxima vez que me uses, trátame con respeto. Deja mis hojas abrirse a tus ojos con naturalidad, acaricia mis páginas, no las retuerzas, por favor… ¡no! A cambio, prometo abrirme a ti ofreciendo a tus ojos todo mi contenido en entrega total. Acariciar tus manos desde la calidez de mi papel impreso. Te impregnaré del aroma de la tinta que sé que forma parte importante de tu vida, como tú, querido lector, lo eres de la mía. Te ayudaré a soñar, a viajar, a volar, a llenar los espacios vacíos de tu vida, te acompañaré siempre. Pero por favor… déjame respirar.