Hace justo un año...

Hace justo un año...

Tal día como hoy, hace justo un año, comencé un cambio de vida radical.

Tocaba ponerse las pilas y luchar por lo único que debía importarme, mi salud física y mental.

Meses antes ya había comenzado a poner en práctica algunas cosas que consideraba necesario para ello. Dejé atrás mi mundo de estrés literario, ese que casi me lleva al borde del abismo que separa el placer de escribir de la obsesión por hacerlo y mejorar desesperadamente cada día.

Me bajé de muchos barcos en los que navegaba casi a la deriva, sacando tiempo de donde no lo tenía, dispersa en los mundos de otros.

Volví al campo. Tengo el privilegio de contar con un trocito de terreno en el sureste de la isla, heredado de mis padres, que había abandonado por demasiado tiempo. Allí compartí el canto de los pájaros con un café relajado y una buena charla con mi hermano.

La cueva de los abuelos se vio restaurada en unos meses gracias a la ayuda de mi hermano y mis hijos y, frente a ella, un patio ajardinado que fue “amueblado” por las plantas que aportaron mis buenos amigos, felices de verme cada día más contenta.

Así, en La Chapa, bajo el techado del patio que tanta amistad y parrandas había alojado en el pasado, volvieron a sonar las guitarras mientras un buen vino se deslizaba por nuestras gargantas, renaciendo el Patio Parrandero.

Adoro mis tardes de trasplantijos con alguna amiga; de infusiones hechas con la menta, que planté con mis manos, sentadas en la mecedora que fue mi regalo de los Reyes pasados; de planes de mejora hechos al aire que cambiaban cada semana: Aquí vamos a plantar esto, aquel rincón está muy soso, esta planta necesita un parterre, hay que arreglar bien los escalones para bajar con mayor comodidad…

Pero el giro definitivo se fraguó en esa franja que aloja los dos últimos días del año que terminaba, 2021, y los dos del recién estrenado 2022. Cuatro días donde mi hija y yo planificamos un cambio de domicilio que trajese a mis días calidad de vida y… en marzo, gracias a su generosidad, me mudé a Candelaria.

Hoy transito despacio por la avenida marítima dejando que el aire impregnado de salitre me despeine. Mis pies me llevan aquí y allá desde Las Caletillas hasta la Basílica, siempre en una dirección diferente, pero siempre rumbo a la paz y la felicidad. Aquí hay luz en los ojos de las personas con las que me cruzo.

A pesar de ello, no he renunciado a seguir sintiéndome útil apoyando a la cultura de las islas y mi revista Tamasma Cultural sigue surcando los mares cibernéticos más allá del Atlántico. Mientras que, un par de veces al mes, me reúno con la gente que, como yo, ama escribir y compartir para ponernos al día con nuestros pequeños o grandes, pero siempre ilusionantes, proyectos literarios.

Mi camino se ha hecho transitable, aunque para ello haya tenido que vaciar mi maleta de tantas cosas que hice y alejarme de algunas personas que amé en su día.

Todo tiene un precio en la vida y la tranquilidad no podía ser menos.

Feliz con mi nueva vida. ¡Bienvenido 2023!